La pareja constituye un sistema de intercambio entre dos personas en el que está muy presente una balanza emocional de pérdidas y ganancias. Principalmente lo que hace funcionar a la una pareja es la valoración subjetiva de cada uno de los dos miembros de que merece más la pena estar dentro de fuera. Esta valoración que todos los seres humanos hacemos para la pareja la realizamos para cualquier otra circunstancia en la que nos encontremos. ¿Qué variables de funcionamiento positivas o ganancias emocionales nos hacen decidir formar y mantener una pareja? Vamos a ver las que pienso que son las más importantes.

La primera variable que quiero reflejar es el refuerzo mutuo. Para que cualquiera de nosotros mantengamos relación con otra persona (ya sea nuestra pareja, nuestros amigos, nuestra familia, etc.) es necesario que obtengamos un refuerzo de ello, esto es, obtengamos un beneficio, y no padezcamos castigo por relacionarnos con el otro. Al buscar pareja, buscamos obtener un beneficio emocional (amor, sentirnos queridos, apoyados, acompañados, respaldados…) que nos costaría más de encontrar por nosotros mismos en solitario. Podemos encontrar distintos modelos de relaciones de pareja en esta búsqueda de beneficio mutuo, y salvando nuestras creencias culturales románticas arraigadas, todos los modelos de pareja que les funcione a los interesados son correctos, ni mejores ni peores. El beneficio que solemos identificar de manera más habitual es el que hemos mencionado anteriormente, la pareja como fuente de refuerzo emocional. También tenemos el modelo basado en el beneficio material, parecido a lo que sería una sociedad de bienes compartidos, en el que los miembros de la pareja conviven generando un compromiso basado en el patrimonio compartido. El compromiso suele ser un gran olvidado a la hora de hablar de la pareja. Tendemos a idealizar el amor romántico basado en el refuerzo de la intimidad y la pasión con el otro, y parece que queda relegado a un segundo plano el tercer vértice de la relación de pareja, el compromiso, cuando es quizá el núcleo principal de mantenimiento cuando existen hijos y una economía compartida. El compromiso es dos cosas a la vez, por un lado es una fuente de refuerzo, ya que la seguridad es concebida como un beneficio en nuestro aprendizaje social, y a la vez es una variable que explica el funcionamiento de las parejas. Sin la generación de un compromiso la pareja no se concibe como tal, cada uno de los miembros de la pareja no genera la idea de pertenencia necesaria para el sostenimiento de la relación.

Ligado al compromiso, aparecen otras variables, como son la definición de objetivos comunes (compartir experiencias vitales relevantes, y la formación de una familia principalmente), y la planificación conjunta de un proyecto de convivencia y acciones para alcanzar los objetivos comunes marcados (lugar para vivir, estabilidad económica, temporalización de los hijos…).

Si en el primer tramo de la pareja, son el conjunto de actividades conjuntas placenteras y la idealización del otro lo que posibilita que la pareja se constituya, son, en el siguiente tramo de consolidación de la pareja, la confianza en el otro, la seguridad del proyecto común, y la cooperación para la consecución de los objetivos que se definan lo que mantendrá la pareja.

Todo esto no está en la cabeza de los tiernos tortolitos (independientemente de la edad que tengan) cuando se conocen en el principio (al menos no para la mayoría de los mortales), sino que se va construyendo según la relación avance. La película es muy similar en las parejas actuales, nos solemos regir por patrones culturales semejantes que nos llevan a construirnos y construir nuestras relaciones de forma similar unos y otros por presiones e imposiciones sociales difíciles de explicar en un texto tan corto, y que acabamos definiendo por lo que debe ser una relación de pareja. Cuando se dan desviaciones a la norma de lo que la pareja ha establecido en el plan, se generan disonancias en los miembros que llevan al replanteamiento de la pareja o la ruptura de la misma.

Otra variable importante a la hora de definir el valor positivo que podemos dar a la pareja para mantenernos en ella es la cooperación necesaria para afrontar las tareas del proyecto común que se decide tener con otra persona. En la cooperación encontramos una serie de habilidades que es importante manejar para que se funcione bien en vinculado al otro: la capacidad de comunicación positiva, el autocontrol emocional, la capacidad de negociar y llegar acuerdos, así como la empatía, y la generación de alternativas de ayuda mutua.

Si bien todas las habilidades mencionadas son importantes, existe una habilidad cognitiva que es imprescindible, la aceptación del otro. La capacidad de no inventarnos un ideal de pareja al que el otro ha de responder, de no imaginarnos una idea de lo que el otro debe ser, de no imponer nuestras ideas, nuestros puntos de vista, nuestras opciones a la otra persona. El otro es un ente independiente, un ser humano construido por su historia de aprendizaje, con una capacidad autónoma de pensar, con derecho a equivocarse y con derecho a pensar distinto a mí, y con derecho a decir lo contrario de lo que a mí me gustaría que dijera o pensara. Si acepto al otro, aunque a veces no comparta lo que piensa o como lo expresa, podré evitar enfadarme (autocontrol emocional), podré negociar y lograr acuerdos. Podemos elegir estar con alguien o no estar con esa persona, eso forma parte de la libertad de decisión que tenemos, pero lo que no tenemos es derecho a intentar reeducar a quien no nos ha pedido que le reeduquemos.

El funcionamiento en pareja