Me gustaría compartir una reestructuración de ideas desadaptadas e impositivas que un paciente (le llamaremos Míster D) realizó en terapia, porque creo que es un buen ejemplo de cómo una persona que hasta hace muy poco sufría por la forma en que interpretaba lo que le rodeaba, y que pensaba irracionalmente sobre el mismo y el mundo, puede modificar su manera de sentir aprendiendo a pensar de forma alternativa. Principalmente, Míster D en esta reestructuración cognitiva (que es una estrategia general de las terapias cognitivo-conductuales, destinada a modificar el modo de interpretación que los pacientes hacen de sí mismos, de los demás y del mundo, y aprendiendo en terapia la práctica de hábitos cognitivos alternativos) trata varios temas.

En un primer momento realiza una identificación de ideas irracionales o impositivas transmitidas por la sociedad actual y que rigen la forma en la que hemos de comportarnos y que a él le afectan a la hora de poder sentirse bien, para luego cuestionarla, y generar alternativas de pensamiento más saludables.

Después ataca su autoexigencia, identificando y ejemplificando sus ideas autoexigentes hacia él, discutiendo esa visión. Introduce además la discusión de su patrón de pensamiento dicotómico, intentando que sea sustituido por un patrón de moderación.

Para terminar, algo que se ve a lo largo de toda la reestructuración, la idea sobre la que se asienta su terapia, la aceptación incondicional (con esa idea titula su reestructuración):

 

El reto de aceptarse a uno mismo incondicionalmente…

(Nota: He modificado levemente alguna parte del texto original para preservar el anonimato del autor)

No resulta nada fácil cambiar el chip y dejar de valorarse a uno mismo según la escala de valores que desde pequeños nos han tatuado en nuestros cerebros la sociedad, la familia, nuestros padres, nuestros profesores, nuestros jefes, nuestros amigos y todo el sistema social y de convivencia en el que diariamente nos movemos.

Después de 44 años de creer ciegamente en dogmas y máximas que me han sido inculcados como verdades absolutas e irrefutables, me veo ante la dificultad de entender que lo que soy como persona y el valor que puedo tener ante mi mismo, no depende de esa escala de valores, de requisitos, de condicionantes, de obligaciones y compromisos para los que llevo toda una vida trabajando y esforzándome con el fin de sentir  “la satisfacción de encajar”, de “hacerlo bien” de “ser correcto”…

No resulta nada fácil entenderlo y sobretodo aplicarlo a mi rutina diaria, a mis pensamientos y sentimientos. Mucho menos cuando a estas alturas de la vida me comporto de forma mecánica o automática, buscando siempre una referencia a la cual seguir al pie de la letra, una clave del éxito, la forma precisa y correcta, “la forma buena” de hacer las cosas para conseguir “estar bien conmigo mismo”… como si ello fuese una necesidad vital.

Desde pequeño me inculcaron lo que esta “bien visto” y lo que “no está bien visto”, y he crecido toda la vida en un sistema basado en premios y castigos: te portas bien (según lo que se espera de ti) y te dan un premio, un regalo, una recompensa….

Una vida entera en ese sistema de convivencia y educación, que no resulta fácil desechar de un día para otro. Ya no por convicción propia y lucidez, sino por pura costumbre, por simple hábito. Puedo exponer alguna de las  ideas transmitidas:

  • Trabajaras mucho, te esforzaras cada día, no te rendirás, y … premio: conseguirás ganar mucho dinero y hacerte rico, harás fortuna, tendrás éxito, serás admirado por todos los demás.
  • Trabajas horas extras, sacas adelante los marrones de tu empresa, te involucras con los proyectos de tu compañía, y… premio : Te mantendrán en tu puesto de trabajo, o en el mejor de los casos, te ascenderán o te subirán el sueldo.
  • Estudias a tope, aprendes mucho, eres empollón, repasas tus apuntes y libros, y…. premio : Una buena calificación, has aprobado !!!
  • Seguirás cada uno de los pasos que te indican los gurús reconocidos del mundo profesional, los profesores y académicos que han impartido las clases con las que has aprendido a hacer lo que hoy día sabes hacer, y … premio: lograrás ser un triunfador y tener éxito, montar un negocio exitoso, conseguirás ese empleo que siempre has soñado…
  • Dedicas tiempo a los demás, serás detallista, estarás pendiente de los que te rodean, y… premio: la gente te tendrá cariño y afecto. Serás recompensado con la aceptación, aprobación y respaldo de los demás.
  • Serás un buen hijo, un buen ciudadano, una buena persona, un buen cristiano, y… premio: te ganarás el derecho a entrar en el cielo, en lugar de irte al infierno por no hacer lo correcto….. etc… etc… etc…

 

La ideas que compramos e interiorizamos a lo largo de nuestra vida siempre lleva al mismo esquema: Si tienes méritos, conocimientos, destrezas, habilidades… serás el elegido, serás el mejor, destacarás en tu trabajo, triunfaras en cualquier cosa que hagas….

Y no es que no sean absolutamente falsas las relaciones de causa efecto y de esfuerzo y premio, con las que funcionamos día a día. Todos necesitamos una motivación para levantarnos cada mañana y enfrentarnos a los retos personales.

La cuestión es aprender y entender que esas relaciones causa efecto, o esfuerzo premio, no son infalibles, no son verdades absolutas e irrefutables, no son formulas mágicas sin margen de error posible.

Por que cuando nos creemos plenamente esas relaciones causa efecto como verdades totales y absolutas, es cuando generamos sentimientos de frustración al ver que muchas veces en la realidad, las cosas no son, o no salen perfectas, según nuestra estructura de esos valores de recompensa.

Quizás nuestro verdadero error haya sido creernos que hay formulas infalibles y únicas, creer que solo hay una manera de conseguir las cosas, y que además, “la nuestra” es la que realmente vale, es la buena.

El mundo no es perfecto ni justo, creerlo nos hará sentir mal. Ni nosotros, ni nuestros métodos, hábitos y convicciones. Nadie tiene la metodología perfecta para nada, simplemente distintas opciones. Sin embargo nuestro error mas común es pretender seguir una formula única y rígida, creyendo que con eso va a salir siempre un resultado infalible, sin ser conscientes de que en la realidad siempre estamos expuestos a que posiblemente salga lo esperado, o posiblemente no. Ya que no hay un solo camino para llegar a cada sitio, sino muchos.

Saber entender que no hay reglas ni formulas exactas, sobretodo eso… ser conscientes que cada día somos nosotros los que establecemos aquello que nos funciona mejor o que no nos funciona, según cada persona y cada caso. Dejar de comprar ese mensaje que toda una vida nos han vendido y que gustosa, e inconscientemente hemos comprado, que hemos adquirido e interiorizado de que obtendremos lo que merecemos por nuestro esfuerzo. Es en ultimas, evitarnos la frustración ingenua de pretender alcanzar siempre el resultado esperado por haber cumplido previamente los supuestos “requisitos” para alcanzarlo.

Es difícil dar ese paso y comprender que no es así en una sociedad en la que vales como persona según el dinero que ganes en tu empleo actual, en una sociedad en la que la gente intenta ser etiquetada y poner etiquetas a los demás según esa estructura de valores simples y fácil de usar.  Más aún cuando esa estructura simplista y resumida del mundo es la estructura de la cual está impregnada la publicidad que vemos a diario, las películas de cine que llevamos una vida entera viendo, posiblemente muchos de los libros que hemos leído y nos han encantado, y prácticamente un 99 % de la información que nos bombardea mediáticamente de forma constante.

Todos esos mensajes, día a día, mes a mes, año a año, han hecho huella en nosotros, han reforzado de forma constante ese concepto de que somos y valemos como persona, según lo que uno hace (o lo que no hace), según se tenga un buen empleo o no se tenga, según se gane mucho dinero o se gane poco …. Ese concepto de que somos tiempo, y valemos por nuestro tiempo ( y ese tiempo vale mucho o vale poco según tu cualificación, según tu área de trabajo, según tu profesión, según tu salario… etc..).

 

Al final, vivir en ese mundo de premios y castigos en el que hemos forjado nuestra personalidad, de etiquetas, valores y formulas simples, en el que sin darnos cuenta posiblemente hayamos basado toda una vida y hayamos enmarcado nuestra manera de pensar, de organizar nuestras cosas, nuestras rutinas diarias… Ese sistema de causa efecto que ha sido el patrón a seguir para tomar, tanto las pequeñas, como las grandes decisiones es un sistema de valores demasiado simple y reducido para reflejar realmente lo complejo que es el mundo, lo complejo que somos como personas y las infinitas posibilidades que tenemos para hacer cada cosa en cada momento.

Por todo ello, llegar a la confrontación de entender que no se es bueno o malo por lo que se hace o se deja de hacer, por obedecer o no una expectativa, por cumplir o no cumplir con un objetivo o meta, por hacer las cosas de una manera o de otra… es realmente el reto de reinventarnos, el reto de comenzar a ver la vida desde un ángulo que nunca antes nos había nadie enseñado, ni mostrado y que como todo lo desconocido y lo no convencional, genera temor, desconcierto desconfianza y confusión en sus inicios.

El primer paso, como en todos los casos en los que nos enfrentamos a la ignorancia o al desconcierto, es reconocerlo, identificarlo. En ese paso estoy en este momento y por eso mi deseo de compartirlo, por si es de ayuda para alguien que este viviendo el mismo proceso.

No resulta fácil ser consciente de ello, racionalizarlo.

En mi caso, trabajar en acostumbrarme a seguir unas pautas de tiempo y a hacer un mejor aprovechamiento del mismo, no puede convertirse en una norma que me permita sentirme bien conmigo mismo, o no según logre cumplir o no con mis objetivos. Porque estoy entonces volviendo al esquema de esfuerzo y premio, de premio o castigo, de “valgo” o “no valgo” del que estoy intentando limpiarme.

Los extremos son siempre más fáciles de ver que aquello que está en el centro y que requiere mayor precisión, conseguir un equilibrio siempre lleva más trabajo, más esfuerzo… En ese esfuerzo me encuentro actualmente, en entender que, no puedo convertir mis objetivos en un examen permanente conmigo mismo, para ver si lo apruebo o no lo apruebo, si me acepto o no me acepto como persona, si cumplí o no cumplí con mis expectativas. (horarios, tareas, metas diarias, obligaciones…)

Ni es tampoco, el irme al otro extremo: “mejor no me pongo ningún tipo de norma”, “mejor no programo ningún tipo de horario”, “me lo permito todo”, “lo improviso todo según se me de la gana”, “no tengo por que ponerme ningún tipo de norma, ni de parámetro a seguir”, “no tengo por que hacer nada ni cumplirle nada a nadie”…

Una vez más, caer en los extremos del blanco y el negro, de un polo o el otro… De ahí la dificultad de encontrar el centro, el equilibrio. Ni valemos más por hacerlo todo, ni valemos menos por dejar de hacerlo. Ni tenemos que tener cada minuto de nuestro día programado, ni tenemos por que desechar cualquier tipo de programación o orden de nuestros tiempos…

El reto del centro, del equilibrio, de aceptarnos sin condiciones, de entender que no somos buenos o malos, correctos o incorrectos, de aceptar que simplemente somos… y que eso ya es suficiente… es el verdadero reto.

Mister D.

 

Doy las gracias a su autor por haberme cedido gustoso el texto de su reestructuración, creo que ha de sentirse orgulloso de su trabajo y aprendizaje en terapia, y espero que disfrute durante mucho tiempo de lo aprendido durante este proceso. Un abrazo Mister D.

En proceso de cambio y aprendizaje